fran ilich on Mon, 8 Jul 2002 20:47:05 +0200 (CEST) |
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B. B.: Una hipocresía atendida José Mariano Leyva http://www.unomasuno.com.mx/vernsuple.asp?id=63539 Anne Percing advirtió en el prefacio de la novela La Bête humaine de Émile Zola: Almas sensibles, absténganse. La Bête humaine es la gran novela de las profundidades donde nos sumergiremos. Será un acontecimiento de diversas pasiones que tiene como escenario la catástrofe dentro del universo de los caminos del infierno1. Con tal propaganda uno no puede hacer otra cosa que sentarse inmediatamente a leer esa novela que promete desgracias, conflictos y mucha realidad. Es simple: cuando la propaganda augura desgracias por verse, el producto asegura su éxito. Lo mismo han prometido en el último programa de televisión, en la última forma de hacer televisión, en el último grito de los reality shows. El Domingo 3 de marzo en el canal dos de Televisa comenzó un proyecto que antes que nada prometía eso: desgracias y conflictos por verse, todo ello enmarcado por la realidad misma. Ese último programa de tv, todo el mundo lo sabe, se llama Big Brother. Lo bueno es que aquí nadie se droga Ese domingo el inicio del B. B., ocupó el horario estelar. ¿Qué otra cosa podría estar haciendo el grueso de los mexicanos un domingo en la noche si no viendo la televisión? ¿Acaso leyendo un libro? No seamos tan optimistas. Los dos conductores conocidos desde días antes dividían sus estados de ánimo. Adela Micha, la Big Sister, estaba convencida de que aquello no era un simple programa de tv, era todo un acontecimiento al que se le debía prestar toda la seriedad posible. Nada de bromas y buen humor, allí se iba a sufrir, era un experimento multimillonario. La sister sabía que en su carrera intelectual ése era justamente el punto más alto. Como todo el mundo lo vio, Adela estaba más que insoportable. Su compañero, Gabriel, era el polo opuesto. Gastó decenas de bromas inútiles que no tuvieron efecto (menos aún teniendo al lado a una seria científica televisiva). Gabriel pensó que aún se encontraba en sus primeros programas como conductor de videos en Tele Hit y que el público seguía siendo el de siempre. Nunca se enteró de lo que estaba pasando. Como pudo confirmarse, Gabriel estaba más que insoportable. Así serán las dos paradojas del B. B., la seriedad de lo fútil y la futilidad de la seriedad. De doce automóviles Smart bajaron seis hombres y seis mujeres: Azalán, Paola, Carla, Gabriel y Miguel Ángel del Distrito Federal. Patricio, Diego y Rocío de Monterrey. Denisse y Eduardo de Guadalajara. Erik de Can Cún y Verónica de Puebla. Doce jóvenes entre los 19 y los 32 años que convivirán tres meses en una casa sin ningún nexo con el exterior. Las familias y amigos de cada uno también estaban ahí. Varios millones de mexicanos estaban también en sus casas viéndolos a todos. En menos de 15 minutos vimos desfilar al representativo grupo de los jóvenes mexicanos. Momentos antes, el grupo Kabah ya había interpretado el soundtrack del acontecimiento. Micha aprovechó para promocionar el disco completo. Los Kabah hicieron acopio de disciplina y pasaron siete horas en la casa del B. B., captaron la esencia, se inspiraron y sacaron una canción que en nada difiere a la veintena que ya les conocíamos, incluso difícilmente la identificaremos del grueso de canciones que han sacado los grupos juveniles desde hace cinco años a la fecha. Primer error de Televisa: su vieja forma de hacer televisión contrastó ridículamente con esa nueva forma de hacer lo mismo. El old school televisivo, que cuida cada palabra y opinión, que cubre hasta el último poro de la piel con polvos color carne, que hace un playback tan falso como normal el día de hoy, se enfrentó a esa new school que busca al hombre más común, a cualquiera que camine por las calles, para catapultarlo a la fama. Parece que el nuevo sueño quiere que cualquier mediocre logre la fama con una facilidad que asusta. Antes, al menos el mediocre debía maquillarse, sumirse en cierta parafernalia y atender las indicaciones de su manager en el escenario. Los doce elementos se despidieron, se tomaron una fotografía, desatendieron varias veces a la Big Sister, alguno derramó lágrimas y finalmente se encerraron. A partir de ese momento se vivió una clara diferenciación de clases: aquellos que no tenían el sistema de televisión SKY, debieron seguir tragando los infatigables comentarios de Adela y Gabriel, además de recetarse por turnos las soporíferas biografías de los participantes. Los afortunados poseedores de SKY pudieron ver en sus pantallas, a partir de ese momento, lo que sucedía dentro de la casa sin ningún tipo de interrupciones. ¿Qué se vio esa primera noche? Se vio lo que hasta el día de hoy ha sido lo más atractivo: una borrachera generalizada de los doce participantes. Sin embargo, para llegar a ese punto, primero hubieron de ocurrir ciertas hipocresías. Cuando apenas llevaban unos minutos dentro de la casa, una de las mujeres fue al grano: Yo sé que algunos de aquí no rezan y otros sí, pero me gustaría proponerles a todos que los domingos nos tomáramos unos cuantos minutos para agradecer a Dios. El resto acogió la propuesta como cualquier comentario más. Minutos después ya se encontraban todos alrededor de una gran mesa realizando un brindis en el cual, como buena herencia de oficinistas en Navidad, cada uno debía decir algunas palabras. Tocó entonces el turno a la religiosa de los domingos la cual redondeó su mentalidad añadiendo: Debemos ser conscientes que todos los que estamos aquí somos un modelo a seguir. Seremos los ídolos de mucha gente que nos ve, así que tendremos que llevar el asunto con responsabilidad. Llegado el final del brindis, la religiosa de domingo, rol model, gritó: lo bueno es que aquí nadie se droga, nadie es anoréxico, nadie... Los abucheos la callaron, era suficiente moral para un solo día. Las siguientes horas pasaron en medio de un alcoholismo que se elevaba. La más pequeña de las participantes se frotaba los pezones bajo la ropa frente a la cámara, otra participante declaraba que en esa casa no habría propiedad privada, que nadie pertenecía a nadie. Una pareja se perdió en el baño. Lo bueno es que ahí nadie se droga. Las reglas del juego Pueden existir varios motivos por los cuales nunca se ha dicho de forma clara en qué consiste realmente el Big Brother. Tal vez los astutos productores esperan que el público aprenda las reglas después de haber visto el programa varias veces, o tal vez crean que todo el mundo en México estuvo al tanto de los experimentos anteriores. Poco probables ambas. Más fácil será que se expliquen las reglas desde un principio, para así acabar con tanta incertidumbre y misterio. Pero antes de que eso suceda, es menester recordar también que toda esa estructura, todas las reglas del juego forman ya parte de un copy right que ha tenido éxito 22 veces antes. Antes que nada hay una selección de candidatos. Siempre seis mujeres, siempre seis hombres. En México el éxito se olió desde temprano: los productores recibieron 35 mil candidatos: 35 mil jóvenes deseosos de entrar a la casa vigilada y saltar a la fama. ¿Dónde se encontraban las formas a llenar para aspirar a esa candidatura? Esparcidas sobre todo en revistas del grupo Televisa, que fueron distribuidas con varios días de anticipación. De esa forma, como cualquier sociólogo principiante sabrá, se elimina el grueso de la población. Las formas decían que un grupo de psicoanalistas especializados llevarían a cabo la selección final, sin siquiera fijarse en el físico de los participantes. ¿Qué buscaban los psicoanalistas? ¿Qué no hubiera ningún psicópata? Poco probable. Parece más factible que lo buscado en cada participante fuera el número suficiente de filias y fobias, enmarcadas en una mente no muy compleja para que: 1) el programa se encontrara lleno de la acción buscada y 2) ningún sabiondo pudiera decir nada realmente complicado como para hacer sentir estúpido al mismísimo B. B. Es obvio que el físico de los participantes sí importaba, así como es obvio también que el sueño del hombre común es, sobre todo, un mito. El resultado: una muestra de hombres y mujeres de las ciudades más grandes del país, todos de buen ver, y todos..., un tanto limitados. El grupo de los doce ya se encuentra completo. Paso siguiente, los participantes son encerrados en una casa, que para el caso mexicano cuenta con 40 cámaras, 60 micrófonos, dos habitaciones, sala, comedor, un solo baño y un jardín con alberca incluida. Ya tenemos entonces a los doce personajes viviendo en la casa en donde ningún rincón queda fuera de foco. ¿Qué sigue ahora? Sigue tratar de ganarse los dos millones y medio de pesos. La dinámica es relativamente sencilla: los doce participantes serán eliminados paulatinamente. Tras convivir un determinado tiempo todos juntos, cada semana uno de los participantes será descalificado y por lo tanto deberá despedirse de la casa, de las cámaras y de los dos millones y medio. Sin embargo, todos los seleccionados ya tienen consigo el premio de consolación: 500 mil pesos que les otorgaron al momento de entrar a la casa. Cada tanto, los participantes deben entrar a un cuarto aislado para hablar con el Big Brother (que para términos de entendimiento común, sólo es una voz que se transmite por unas bocinas que también se encuentran a lo largo y ancho de la casa). En este cuarto, llamado El Confesionario, los concursantes deben elegir a alguien de su grupo para que sea el siguiente eliminado. Sin embargo, la decisión final la tendrán los televidentes que, a través de votaciones decidirán quién sale y quién se queda. La casa se encuentra perfectamente aislada: no hay teléfonos, no hay radio, no hay televisión, no hay Internet. De esa forma ninguno de los habitantes podrá saber como van sus estadísticas, o qué debe hacer para ganar. Para rematar, los participantes sólo pudieron llevar un número limitado de libros, revistas y discos compactos. El encierro es la regla de oro. Las formas de ver el programa se dividen en tres tipos: 1) Las 24 horas a través de cuatro canales del sistema SKY. 2) De lunes a viernes a las 8:30 por canal cinco, en dónde transmitirán lo mejor de cada día, llevados de la mano de (una vez más) Adela Micha. 3) Los domingos en la noche por canal dos en donde, en un futuro, comenzarán los especialistas a opinar y el público a votar. Sin embargo, no todo es sentarse y esperar. Cada día, el Big Brother les asignará a los ambiciosos participantes misiones por completar: correr diez kilómetros en una caminadora, hacer lo mismo en una bicicleta fija, no salir de un cuarto durante algunas horas, ponerse una gorra de Jugos Del Valle. ¿Con qué fin? Simple: fomentar aún más el espíritu de competencia, de enemistad y franca carnicería entre los elegidos. El público no quiere verlos sonreír y tirarse al sol, tampoco quiere verlos jugar juegos de mesa, menos aún quiere verlos comer. El público quiere sangre, quiere conflictos, quiere que mientras unos estén en la sala, otros hablen mal en el cuarto, quiere que el más trabajador se enoje con el más flojo, que el que tiene menor capacidad física se sienta miserable por no cumplir su cuota de ejercicio diario. Sin embargo, también hay otras reglas en el juego. El B. B., no se sostiene sólo por su juego interno. Se alimenta de los otros juegos que se gestaron desde antes que iniciara el programa. El B. B., comenzó desde que hubo un grupo moralista que se opuso al programa, desde el debate que discutía cuáles serían las marcas y la propaganda que los patrocinaría. La expectación crece y los especialistas comienzan a opinar en columnas periodísticas o en emisiones de radio. Ése es el verdadero inicio. ¿Cuál es entonces el gran final? Tampoco lo es cuando uno de los muchachos se meta en la bolsa los dos y medio millones libres de impuestos, es cuando el resto, los perdedores, comienza a recibir ofertas para ser conductores de tv, para grabar un disco, para hacer una película de Clase B. Es la danza de los medios de comunicación, es la alegría de soñar que el más mediocre puede ser una estrella y que la democracia reina. Después de ese gran final vendrán otros de menor repercusión: las copias a granel del B. B., las distintas versiones, auspiciadas por otras cadenas que también querrán estar a la vanguardia. El hartazgo de esa forma de televisión. Señores, este camino ya se ha recorrido 22 veces en otros países, en México difícilmente sería de otra manera. El ojo dividido en cuatro Una vez que toda la emoción de la primera noche pasó, uno puede realizar una actividad sencilla: se sienta en un cómodo sillón, enciende su tele y con el control remoto sintoniza el canal 700. En ese momento, la pantalla se divide en cuatro: cuatro cámaras enfocan los distintos sitios de la casa en donde se encuentre alguien. Un cursor se posa en uno u otro cuadro, basta apretar el botón clave para que la pantalla vuelva a ser una sola que privilegie la cámara elegida. El cursor pasea entonces del 700 al 701, al 702, hasta el 704. En todos se ve más o menos lo mismo: doce personas que comen o que lavan o que se bañan o que duermen. Pero tanta parafernalia técnica no puede ocultar una cosa: en el fondo estamos presenciando la transparencia. La transparencia de doce jóvenes promedio de la clase media. Juegan los juegos más simples, se ríen de las estupideces más triviales, su cultura no se remonta hacia ningún lado, todos se llaman güey. Señores y señoras: ¡admiremos al grupo que representa el futuro de México! Las estadísticas de los Big Brothers antes realizadas indican que siempre gana el más mediocre. Aquel que no se distingue de la masa. El más guapo ya le cayó mal a un centenar de televidentes votantes, la más fresa ya hartó a otro centenar del mismo grupo, el que más habla no tendrá mayor esperanza que unas tres semanas. Pero ese elemento que se encuentra callado, sin decir nada, que realiza sus tareas sin chistar y que no quiere destacar, ese será premiado. ¿Por qué pasar tanto tiempo con el ojo dividido en cuatro? Primero, porque la curiosidad es gigantesca. Si nos abren la puerta a la intimidad, serán pocos los que rechacen la oferta, pero menos aún serán aquellos que admitan gozar con el vouyerismo. Si te dan el diario de tu mejor amigo, ¿no lo lees? Sin embargo, la expectativa del nacimiento de problemas entre el grupo suele ser el imán más fuerte. ¿Cuántas veces se ha detenido el tráfico porque el conductor de enfrente se encuentra feliz viendo cómo pelean los conductores de esos coches que acaban de chocar? El B. B., abre todo un espectro de posibilidades. ¡Hay doce personas a punto de entrar en conflicto! Es el morbo a través de la televisión de paga. Sin embargo, ese morbo puede ser fácilmente eliminado en el momento en el que nada pasa. Y la gran mayoría del tiempo..., nada pasa. Momentos cumbre que han ocurrido en el B. B., hasta este momento: cuando se jugaba voleibol y el perdedor debía recibir un par de nalgadas. La enorme borrachera del primer día, las peleas que la china y la negra están teniendo. De ahí en fuera, el resto puede ser aburridísimo. En efecto: no han elegido a los más inteligentes, tampoco a los más atrevidos. Es una bonita muestra de la mediocridad y la transparencia. Todo riesgo tiene siempre una garantía de seguridad..., sobre todo si se encuentra pagada por el pan Bimbo. El día de hoy se pueden escuchar historias diferentes de los anteriores Big Brothers, y de esas historias (en vías de convertirse en Mitos Urbanos) se sostiene nuestro morbo. En Francia la ganadora del concurso fue la más atrevida, aquella que tuvo sexo con todos los participantes. En un país donde la censura es mínima, ¡nadie quería que se fuera! En España una de las concursantes se enteró después del experimento que aquellas que creía eran sus más fieles compañeras, la habían elegido a ella en El Confesionario para que se largara. El resultado: un intento de homicidio doble. Por el momento, en México nada grave ha pasado, pero es obvio que conforme el tiempo pase la situación se pondrá más difícil, el rating subirá paulatinamente y los nuevos Mitos Urbanos con sede en México se gestarán. ¡Lo mejor está por venir!, promete la gente B. B. Pero mientras tanto, no nos queda otra cosa que ver cómo se lavan los dientes y se cepillan el pelo los participantes. Mucho más no se puede decir, ¿qué podemos esperar de un hombre que, cuando le dan a elegir un número limitado de libros, se lleva un ejemplar de chistes colorados? ¿Qué atracción puede tener un grupo en el que la mitad no identifica la película Ben Hur? La atracción de la simpleza, eso es todo. El nuevo naturalismo El día de hoy sobran alarmas. Es decir, lo último que nos faltará serán grupos que tomen al B. B., como algo nocivo. Elija usted: visiones psicoanalíticas, sociológicas, moralistas, empresariales. Lo que bien a bien no sabemos es qué tanto contribuyen esas alarmas para el análisis del fenómeno o para engrosar la polémica que a su vez genera expectativa y un mayor público. Personalmente propongo que regresemos a Zola, pero regresemos por una vía diferente que nos ayude a entender un poco el mencionado fenómeno. Cuando el periodista y literato estadunidense Tom Wolfe sacó su última novela, A Man in Full, tuvo principalmente tres detractores: Norman Mailer, John Updike y John Irving. La polémica entre los cuatro escritores tenía dos bandos claros: los tres detractores insistían en que el libro de Wolfe no era literatura. Decían que más bien se ubicaba en el terreno del periodismo y de los best sellers. Tom Wolfe contestó a esas agresiones de forma un tanto más compleja. Su texto al respecto se puede encontrar el día de hoy en su libro de ensayos Hooking Up2. Wolfe realizó un breve seguimiento de la literatura en los últimos 150 años y puntualizó en aquellos autores que significaron un rompimiento para su momento. Así, nos conduce hasta el presente y recalca un punto interesante: el público presente se encuentra ansioso de historias reales. Historias que signifiquen salir y conocer el mundo, realizar investigaciones, conocer grupos sociales, para así dar a la gente esa realidad que tanto busca. Fue lo que él mismo intentó hacer en A Man in Full. La idea, sigue Wolfe, no es tan nueva. En el siglo XIX Zola, el Naturalismo francés y el realismo hicieron lo mismo. Sin misericordia Wolfe pasa a analizar por qué los últimos libros de Mailer, Updike e Irving nunca tuvieron el éxito deseado. No había mayor realidad impresa. No interesaba al público. Es por lo mismo que las películas nos están ganando el terreno y el público, advierte el periodista, el día de hoy, el cine es la expresión artística que mejor puede retratar la realidad que el público quiere ver. Considero que Wolfe tiene razón. La última escena de Naná de Zola narra con ojo clínico y pausado la putrefacción del personaje principal. En su época levantar ese morbo por lo real era inmoral, el día de hoy tenemos al Big Brother. La fascinación por lo real ha rebasado varios límites, no hay mucho de qué sorprenderse si se cuenta con la información necesaria. Basta ver el proceso que la Televisión Real ha tenido en los últimos años. Hace ya más de una década la cadena de videos MTV lanzó un hitazo: The Real World, en donde un grupo de hombres y mujeres debían convivir en una casa y ser filmados, filmarían sus amores y desgracias, sus filias y fobias... ¿Suena conocido? The Real World tuvo tanto éxito que ha tenido más de 15 versiones distintas, así, casas elegidas en Hawai, San Francisco, Nueva York, California se llenaron de jóvenes dispuestos a revelar su intimidad. El eslogan de los primeros programas recuerda mucho al análisis de Tom Wolfe: Descubre qué pasa cuando las personas dejan de pretender y comienzan a ser reales. Y ¿qué me dicen de los programas de entrevistas en paneles? Siete personas con serios problemas, se sientan en cómodas sillas para responder por qué tuvieron relaciones sexuales con su hija, por qué le pusieron los cuernos a su novia con su propia madre, por qué mataron al perro del vecino. Estos programas también tuvieron sus propios detractores, sus propias polémicas. La sutil diferencia que los intentaba justificar: que siempre se encontraba al frente del programa un conductor que se revestía de un halo moral y científico, como el verdadero payaso de origen cubano radicado en Miami, que cerraba el programa de atrocidades y violencia real diciendo algo así como: Esto es para que el público pueda aprender algo, Lo más importante es que la gente sepa que la familia unida vive mejor. La moral como arma para defenderse de algo inevitable: la miseria humana. Y transportándonos más atrás todavía, ¿quién puede negar que se divirtió con las famosas cámaras escondidas, escenas reales con gente real a la que les jugaban bromas casi macabras? ¡Hasta el olvidado Óscar Cadena sale perjudicado en este nuevo juego! El día de hoy existe una nueva versión de esas bromas y bloopers de la cámara escondida: Jack Ass. Un grupo de cinco o seis maníacos que se infligen golpes y realizan toda suerte de estupideces violentas que tienen un denominador común: todas son reales. Un miembro de Jack Ass hace un experimento terrible frente a la cámara: se traga un pez dorado y luego lo vomita vivo en su pecera. Un amigo del anterior se lanza con traje de buzo a una fosa séptica llena de mierda y sale riendo. Uno más se come 50 huevos duros hasta vomitar y manchar el lente de la cámara. Los detractores y la Nueva Inquisición alegaron frente a eso que el horror de la violencia ya no conocía límites. Craso error: no es la violencia lo que afecta. La violencia ha estado casada con la tv desde sus orígenes, ahí ya no hay sorpresa posible. Esa crítica ya se encuentra demodé. Es la realidad del asunto lo que pone la carne de gallina. Esa mancha roja, mi querido espectador, no es catsup, es exactamente lo que te imaginas. Los cineastas también han dado su opinión sobre la Televisión Real. Ed Tv narraba la historia de un hombre que era grabado las 24 horas del día, y los problemas morales que todo eso conllevaba. En The Truman Show otro hombre era grabado durante toda su vida, desde que nacía, hasta que se daba cuenta que su mundo no era real, era un simple estudio de grabación. Más atrás en el tiempo, en la película Sliver, protagonizada por Sharon Stone, un perverso, dueño de un edificio se divertía viendo las imágenes reales que obtenía de cámaras que había puesto en todo el edificio: en el baño, en la sala, en la cocina. Se pasaba la vida entera observando las peleas familiares, los encuentros sexuales, las alegrías y las tristezas de sus propios inquilinos. Al final de ese filme, Sharon Stone tomaba una pistola, disparaba a los monitores del perverso y le decía en un tono aleccionador: Get a life. A principios de los 90 él era un perverso, el día de hoy todos podemos ser perversos sin vida propia de las 8:30 a las 9:00 de lunes a viernes si vemos el canal cinco. El B. B., no es tan pionero como se cree, de la misma forma que la Televisión Real no es tan nueva como se supone. Ya en México en la dirección electrónica www.zoom.tv se podían ver escenas de un grupo de mujeres que vivían en un departamento plagado de cámaras. También las 24 horas, también participando en un concurso. El B. B., es, a todas luces el final de algo, no el principio. Es la versión más grande, en cadena nacional y con mayor presupuesto de algo que llevamos viendo durante más de diez años. Aquel crítico que se sorprenda enormemente, que ponga cara de circunstancia frente a este nuevo programa, sólo está dejando claro una cosa: su propia ignorancia en el tema. Sin embargo, el asunto no deja de hacernos ruido. ¿En dónde radica esa fascinación occidental por ver transmitida en tv la vida cotidiana? ¿Viendo actuar en circunstancias cotidianas a los otros, aprendemos nosotros mismos? Propuesta demasiado pedagógica. ¿El morbo es el motor de todo? ¿Las queremos ver encueradas? ¿Los queremos ver peleándose? Propuesta demasiado moralista. Otras preguntas sobre expresiones y programas en medios de comunicación plantean dudas similares. Tras la explosión de pornografía en Internet, los sitios rebozaban de modelos adolescentes casi perfectas, cuerpos delgados con senos respetables, todo al descubierto. Mujeres de bellas caras y cuerpos tan perfectamente operados que sólo se podían adivinar las intervenciones quirúrgicas por la perfección que emanaban. Varios meses después, la pornografía en Internet sufrió un cambio drástico. Nuevos sitios comenzaron a aparecer, sitios pornográficos en los que lo último que se podía ver eran esas damas de cuerpos perfectos. Primero aparecieron tímidamente las mujeres amateurs. Modelos imperfectas que posaban en una sala que deseaba ser lo más común y corriente, lo más real posible. Mujeres con un poco de llantitas, un poco de celulitis, en una pose un poco menos estudiada. Más tarde, los sitios sexuales prometieron algo que, para términos de este artículo concierne mucho: cámaras escondidas. ¡Una cámara en un baño público! La posibilidad de ver orinar a una mujer real sin que ésta lo sepa. Pero para qué andarse con remilgos, si lo que querían era ver realidad, entonces realidad es lo que obtendrían por el precio de 2.99 dólares al mes. Poco tiempo después las cámaras escondidas resultaron obsoletas. Los productores de los sitios de Internet volvieron a las modelos, pero eran modelos distintas. Modelos que ostentaban una gordura impresionante, todas ellas celulitis y carnes vetustas. Gordas, peludas, accidentadas, ya no son adjetivos despectivos que se aplican a las mujeres, son ahora las marcas que garantizan el éxito de entradas en las páginas de la web. Esa es la realidad en el último grado hoy en día. Frente a esto, el B. B., es un juego para principiantes que aún tienen reservas morales. ¿Por qué esta afición por lo demencialmente real? Tal vez se deba a un hartazgo de la falsedad. Tal vez, incluso estamos viviendo una verdadera explotación comercial de ese hartazgo. Tampoco es un secreto para nadie que la tv ha sido el sitio ideal para volcar todas nuestras fantasías. Los ídolos musicales son lo que todo adolescente quiere ser. La tv, el Internet y el cine son la materialización de las fantasías, ésa es una propuesta tan cierta como vieja. Pero parece que el día de hoy hay un contrapunto interesante. Es como si una modelo perfectamente arreglada y operada ya fuera lo normal, la opción vista hasta el hastío en los medios de comunicación, y que la novedad es la antigua normalidad, lo menos cuidado, lo más real. El sociólogo francés Gilles Lipovetsky ya lo había captado en otro ámbito: en el ambiente de la moda3. Tras el romanticismo imperante del siglo XIX, los diseñadores de la Alta Costura obtuvieron nombre y reputación, y aunque su clientela nunca superara un reducido grupo, ellos eran los que efectivamente señalaban qué ponerse en qué temporadas. El resto de los mortales, es decir los diseñadores que no tenían nombre y la clientela que no tenía tanto dinero como para comprarse un vestido Chanel, se tenía que conformar con las copias baratas del sueño y la fantasía. Los colores se asemejaban, pero no eran los exactos. La costura era casi idéntica, pero al cuello de la blusa le hacía falta la etiqueta con el nombre del famoso diseñador. La segunda mitad del siglo XX vivió un proceso distinto. La moda dejó de ser dictada por la elite de la costura, la moda se comenzó a gestar en la calle, en las prendas de la gente común. La Alta Costura se volvió entonces un vestigio que atraía, pero que había perdido todo su poder. La gente comenzaba a apreciar la moda más accesible, más común, más..., real. Xaviera Hollander, la escritora, prostituta y pornógrafa famosa en los 70 decía algo que el día de hoy tiene una nueva cara: Una fantasía sexual debe tener siempre rasgos reales para creerse. Si resulta demasiado falso, entonces se vuelve increíble y poco estimulante. Y hay algo que todos sabemos: la televisión necesita de programas estimulantes para seguir viva. de somos capaces de definir nuestros gustos, nuestra estética, nuestra forma de vida ajenos a los preceptos de la tv. Elegimos nuestra ropa gracias a la tv, elegimos nuestro criterio de belleza gracias a la tv, elegimos qué es el éxito convencidos por la tv. Y si acaso no podemos obtener todo este éxito, belleza y alegría, siempre quedará la fácil opción de seguir viendo la tv y creer que esa serie o telenovela es nuestra propia vida. Entramos así de lleno al placentero dilema del vouyeur: no vivir la vida, sólo verla. Y esa obsesión por lo real puede ser lo más natural posible. A cuántos de nosotros no se nos ocurrió pensar cuando éramos niños cómo se verían La Mujer Maravilla o Supermán en el baño, en una curiosidad que iba más allá del sexo o el morbo. Cuántos de esos niños luego, en la adolescencia, no se les antojaba ver a Mijares en calzones o a Yuri una mañana de cruda. Cuántos de nosotros no estábamos ya hartos de tanta falsedad e imagen cuidada y queríamos algo tangible. Los paparazzis han tratado durante años de llenar ese morbo de ver a las grandes figuras públicas en espacios y momentos íntimos. El B. B., nace de explotar la misma obsesión en los telespectadores. Y si la obsesión es natural, me quedan severas dudas en cuanto a la naturalidad de su explotación. La obsesión explotada hasta el cansancio tenderá también a desaparecer el motivo original. ¿Qué va a pasar entonces? ¿Qué veremos de nuevo? Una posibilidad: El País Semanal sacó un excelente reportaje cuando su propia versión de El Gran Hermano llegaba a su fin4. Entre otras cosas, sacó un Top Ten de los momentos más miserables de la Televisión Real en el mundo. Destacaba uno ocurrido en Buenos Aires en el programa Mediodía con Mauro. Mauro Viale invitó a los familiares de un hombre torturado por la dictadura argentina. Inesperadamente, un grupo de actores escenificó en el plató el martirio de la picana. Los síncopes entre los deudos fueron fulminantes. Una breve probada de lo que nos puede esperar, del alcance posible de esta Televisión Real. Sin embargo, la bazofia siempre podrá contenerse. Basta la fuerza de voluntad y la capacidad cultural para asquearse, oprimir el botón de OFF de la televisión y renegar de ese progreso lleno de propuestas atractivas y de productos patrocinadores. Tal vez sentarse a leer un libro, por qué no de Emile Zola, tal vez La Bête humaine y sumergirse en ese naturalismo y realismo más analítico y autocrítico € 1Prefacio a Émile Zola, La Bête humaine, L´Aventurine, París, 2000. 2Editado por Picador, London, 2001. 3Explicado con lujo de detalle en El imperio de lo efímero, Anagrama, Barcelona, 1998. 4En el número 1,239, correspondiente al 25 de junio de 2000. José Mariano Leyva (ciudad de México, 1975) es licenciado en Historia por la UNAM, e investigador de la ENAH. Desde 2000 firma la columna La esquina del pez que fuma del suplemento La Crónica Cultural. _________________________________________________________ Do You Yahoo!? Get your free @yahoo.com address at http://mail.yahoo.com _______________________________________________ Nettime-lat mailing list Nettime-lat@nettime.org http://amsterdam.nettime.org/cgi-bin/mailman/listinfo/nettime-lat