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[nettime-lat] El mundo: siete pensamientos en mayo de 2003-Subcomandante Marcos


La Jornada
México D.F. Lunes 30 de junio de 2003
Política

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Subcomandante Marcos

El mundo: siete pensamientos en mayo de 2003

Introducción. Conforme se van deteriorando los calendarios del Poder y
las grandes corporaciones de los medios de comunicación titubean entre
los ridículos y las tragedias que protagoniza y promueve la clase
política mundial, abajo, en el gran y extendido basamento de la
 tambaleante Torre de Babel moderna, los movimientos no cesan y, aunque
aún balbuceantes, empiezan a recuperar la palabra y su capacidad de
espejo y cristal. Mientras arriba se decreta la política del
desencuentro, en el sótano del mundo los otros se encuentran a sí mismos
y al otro que, siendo diferente, es otro abajo.

Como parte de esta reconstrucción de la palabra espejo y cristal, el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) retomó diálogos con
movimientos y organizaciones sociales y políticas en el mundo.
Inicialmente, con hermanos y hermanas de México, Italia, Francia,
Alemania, Suiza, el Estado español, Argentina y la Unión Americana, se
trata de ir construyendo una agenda común de discusión.

No se pretende establecer acuerdos políticos y programáticos, ni de
intentar una nueva versión de la Internacional. Tampoco se trata de
unificar conceptos teóricos o uniformar concepciones, sino de encontrar
y/o construir puntos comunes de discusión. Algo así como construir
imágenes teóricas y prácticas que son vistas y vividas desde lugares
distintos.

Como parte de este esfuerzo de encuentro, el EZLN presenta ahora estos
siete pensamientos. Anclarlos en un horizonte espacial y temporal
significa, por parte nuestra, un reconocimiento de nuestras limitaciones
teóricas, prácticas y, sobre todo, de visión universal. Este es nuestro
primer aporte a la construcción de una agenda mundial de discusión.

Agradecemos a la revista mexicana Rebeldía que nos haya abierto sus
páginas para estos pensamientos. Igualmente agradecemos a las
publicaciones que en Italia, Francia, el Estado Español, la Unión
Americana y América Latina hacen lo mismo.

I. Teoría

El lugar de la teoría (y del análisis teórico) en los movimientos
políticos y sociales suele obviarse. Sin embargo, todo lo evidente suele
esconder un problema, en este caso: el de los efectos de una teoría en
una práctica y el "rebote" teórico de esta última. Y no sólo; el
problema de la teoría es también el problema de quién produce esa
teoría.

No empato la noción de "teórico" o "analista teórico" con la de
"intelectual". Esta última es más amplia. El teórico es un intelectual,
pero el intelectual no siempre es un teórico.

El intelectual (y, por ende, el teórico) siente que tiene el derecho de
opinar sobre los movimientos. No es su derecho, es su deber. Algunos
intelectuales van más allá y se convierten en los nuevos "comisarios
políticos" del pensamiento y de la acción, reparten títulos de "bueno" y
"malo". Su "juicio" tiene que ver con el lugar en que están y con el
lugar en que aspiran a estar.

Nosotros pensamos que un movimiento no debe "devolver" los juicios que
recibe, y catalogar a los intelectuales como "buenos" o "malos", según
cómo califican al movimiento. El antintelectualismo no es más que una
apología propia incomprendida, y, como tal, define a un movimiento como
"púber".

Nosotros creemos que la palabra deja huella, las huellas marcan rumbos,
los rumbos implican definiciones y compromisos. Quienes comprometen su
palabra a favor o en contra de un movimiento, no sólo tienen el deber de
hablarla, también el de "agudizarla" pensando en sus objetivos. "¿Para
qué?" y "¿contra qué?" son preguntas que deben acompañar a la palabra.
No para acallarla o bajar su volumen, sino para completarla y hacerla
efectiva, es decir, para que se escuche lo que habla por quien debe
escucharla.

Producir teoría desde un movimiento social o político no es lo mismo que
hacerlo desde la academia. Y no digo "academia" en sentido de asepsia u
"objetividad" científica (inexistentes), sino sólo para señalar el lugar
de un espacio de reflexión y producción intelectual "fuera" de un
movimiento. Y "fuera" no quiere decir que no haya "simpatías" o
"antipatías", sino que esa producción intelectual no se da desde el
movimiento, sino sobre él. Así, el analista académico valora y juzga
bondades y maldades, aciertos y errores de movimientos pasados y
presentes, y, además, arriesga profecías sobre rutas y destinos.

A veces ocurre que algunos de los analistas de academia aspiran a
dirigir un movimiento, es decir, a que el movimiento siga sus
directrices. Ahí, el reproche fundamental del académico es que el
movimiento no lo "obedezca", así que todos los "errores" del movimiento
se deben, básicamente, a que no ven con claridad lo que para el
académico es evidente. Desmemoria y deshonestidad suelen campear (no
siempre, es cierto) en estos analistas de escritorio. Un día dicen una
cosa y predicen algo, al otro día ocurre lo contrario, pero el analista
ha perdido la memoria y vuelve a teorizar haciendo caso omiso de lo que
dijo antes. No sólo; además es deshonesto porque no se toma la molestia
de respetar a sus lectores o escuchas. Nunca dirá: "ayer dije esto y no
ocurrió u ocurrió lo contrario, me equivoqué". Enganchado en el "hoy" de
los medios, el teórico de escritorio aprovecha para "olvidar". En la
teoría, este académico produce el equivalente a la comida chatarra del
intelecto, es decir, no alimenta, sólo entretiene.

Otras veces, algún movimiento suple su espontaneísmo con el padrinazgo
teórico de la academia. La solución suele ser más perjudicial que la
carencia. Si la academia se equivoca, "olvida"; si el movimiento se
equivoca, fracasa. En ocasiones, la dirección de un movimiento busca una
"coartada teórica", es decir, algo que avale y dé coherencia a su
práctica, y acude a la academia para surtirse de ella. En estos casos la
teoría no es más que una apología acrítica y con algo de retórica.

Nosotros creemos que un movimiento debe producir su propia reflexión
teórica (ojo: no su apología). En ella puede incorporar lo que es
imposible en un teórico de escritorio, a saber, la práctica
transformadora de ese movimiento.

Nosotros preferimos escuchar y discutir con quienes analizan y
reflexionan teóricamente en y con movimientos u organizaciones, y no
fuera de ellos o, lo que es peor, a costa de esos movimientos. Sin
embargo, nos esforzamos por escuchar todas las voces, prestando atención
no en quién las habla, sino desde dónde se habla.

En nuestras reflexiones teóricas hablamos de lo que nosotros vemos como
tendencias, no hechos consumados ni inevitables. Tendencias que no sólo
no se han convertido en homogéneas y hegemónicas (aún), sino que pueden
(y deben) ser revertidas.

Nuestra reflexión teórica como zapatistas no suele ser sobre nosotros
mismos, sino sobre la realidad en la que nos movemos. Y es, además, de
carácter aproximado y limitado en el tiempo, en el espacio, en los
conceptos y en la estructura de esos conceptos. Por eso rechazamos las
pretensiones de universalidad y eternidad en lo que decimos y hacemos.

Las respuestas a las preguntas sobre el zapatismo no están en nuestras
reflexiones y análisis teóricos, sino en nuestra práctica. Y, en nuestro
caso, la práctica tiene una fuerte carga moral, ética. Es decir,
intentamos (no siempre con fortuna, es cierto) una acción no sólo de
acuerdo con un análisis teórico, sino también, y sobre todo, de acuerdo
con lo que consideramos es nuestro deber. Tratamos de ser consecuentes,
siempre. Tal vez por eso no somos pragmáticos (otra forma de decir "una
práctica sin teoría y sin principios").

Las vanguardias sienten el deber de dirigir algo o a alguien (y en este
sentido guardan muchas similitudes con los teóricos de academia). Las
vanguardias se proponen conducir y trabajan para ello. Algunas hasta
están dispuestas a pagar los costos de los errores y desviaciones de su
quehacer político. La academia no.

Nosotros sentimos que nuestro deber es iniciar, seguir, acompañar,
encontrar y abrir espacios para algo y para alguien, nosotros incluidos.
 

Un recorrido, así sea meramente enunciativo, de las distintas
resistencias en una nación o en el planeta no es sólo un inventario, ahí
se adivinan, más que presentes, futuros.

Quienes son parte de ese recorrido y de quien hace el inventario, pueden
descubrir cosas que quienes suman y restan en los escritorios de las
ciencias sociales no alcanzan a ver, a saber; que importan, sí, el
caminante y su paso, pero sobre todo importa el camino, el rumbo, la
tendencia. Al señalar y analizar, al discutir y polemizar, no sólo lo
hacemos para saber qué ocurre y entenderlo, sino también, y sobre todo,
para tratar de transformarlo.

La reflexión teórica sobre la teoría se llama metateoría. La metateoría
de los zapatistas es nuestra práctica.

II. El Estado nacional y la polis

En el agónico calendario de los estados nacionales, la clase política
era quien tenía el poder de decisión. Un poder que sí tomaba en cuenta
al poder económico, al ideológico, al social, pero mantenía una
autonomía relativa respecto a ellos. Esa autonomía relativa le daba la
capacidad de "ver más allá" y conducir a las sociedades nacionales hacia
ese futuro. En ese futuro, el poder económico no sólo seguía siendo
poder, sino que era más poderoso.

En el arte de la política, el artista de la polis, el gobernante, era
entonces un especializado conductor, conocedor de las ciencias y las
artes humanas, incluida la militar. La sabiduría de gobernar consistía
en el manejo adecuado de los distintos recursos de conducción del
Estado. La mayor o menor recurrencia a uno o varios de esos recursos,
definía el estilo de gobierno. Balance de administración, política y
represión, una democracia avanzada. Mucha política, poca administración
y represión encubierta, un régimen populista. Mucha represión y nada de
política y administración, una dictadura militar.

En ese entonces, en la división internacional del trabajo, a los países
con capitalismo desarrollado les correspondían hombres (o mujeres) de
Estado como gobernantes; a los países con capitalismo deforme les
tocaban gobiernos de gorilas. Las dictaduras militares representaban el
verdadero rostro de la modernidad: un rostro animal, sediento de sangre.
Las democracias no sólo eran una máscara que escondía esa esencia
brutal, también preparaban a las naciones para una nueva etapa donde el
dinero encontrara mejores condiciones de crecimiento.

La globalización, es decir, la mundialización del mundo, no sólo está
marcada por la revolución tecnológica digital. La siempre presente
voluntad internacionalista del Dinero encontró medios y condiciones para
destruir las trabas que le impedían cumplir con su vocación: conquistar
con su lógica todo el planeta. Unas de esas trabas, las fronteras y los
estados nacionales, sufrieron y sufren una guerra mundial (la IV). Los
estados nacionales se enfrentan a esta guerra careciendo de recursos
económicos, políticos, militares, ideológicos y, como lo demuestran las
guerras recientes y los tratados de libre comercio, de defensas
jurídicas.

La historia no terminó con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del
campo socialista. El nuevo orden mundial sigue siendo un objetivo en el
orden de batalla del dinero, pero en el campo yace ya, agonizando y
esperando la llegada de auxilio, el Estado nacional.

Llamamos "sociedad del poder" al colectivo de dirección que ha
desplazado a la clase política de la toma de decisiones fundamentales.
Se trata de un grupo que no sólo detenta el poder económico y no sólo en
una nación. Más que aglutinada orgánicamente (según el modelo de
"sociedad anónima"), la "sociedad del poder" se conforma por compartir
objetivos y métodos comunes. Aún en proceso de formación y
consolidación, la "sociedad del poder" trata de llenar el vacío dejado
por los estados nacionales y sus clases políticas. La "sociedad del
poder" controla organismos financieros (y, por ende, países enteros),
medios de comunicación, corporaciones industriales y comerciales,
centros educativos, ejércitos y policías públicos y privados. La
"sociedad del poder" desea un Estado mundial con un gobierno
supranacional, pero no trabaja en su construcción.

La globalización ha significado una experiencia traumática para la
humanidad, sí, pero sobre todo para la sociedad del poder. Agobiada por
el esfuerzo de pasar, sin mediación alguna, de los barrios o comunidades
a la Hiperpolis, de lo local a lo global, y mientras se construye el
gobierno supranacional, la sociedad del poder se refugia de nuevo en un
Estado nacional que desfallece. El Estado nacional de la sociedad del
poder sólo aparenta un vigor que mucho tiene de esquizofrenia. Un
holograma, eso es el Estado-nación en las metrópolis.

Mantenido por décadas como el referente de estabilidad, el Estado
nacional tiende a dejar de existir, pero su holograma permanece
alimentado por los dogmas que luchan por llenar el vacío no sólo
producido por la globalización, también remarcado por ella. La
 mundialización del mundo en tiempo y espacio es, para el poder, algo
que no acaba de ser digerido. Los "otros" ya no están en "otra" parte,
sino en todas partes y a todas horas. Y para el poder el "otro" es una
amenaza. ¿Cómo enfrentar esa amenaza? Levantando el holograma de la
nación y denunciando al "otro" como agresor. ¿No fue uno de los
argumentos del señor Bush para las guerras en Afganistán e Irak que
ambos amenazaban a la "nación" norteamericana? Pero, fuera de la
"realidad" creada por CNN, las banderas que ordenan en Kabul y Bagdad no
son las de las barras y las estrellas, sino las de las grandes
corporaciones multinacionales.

En el holograma del Estado-nación, la falacia por excelencia de la
modernidad, c'est a dire, "la libertad individual" se halla prisionera
en una cárcel que no por global es menos opresiva. El individuo se
desdibuja de tal forma que ni la imagen de los "héroes" de antaño puede
ofrecerle la mínima esperanza de sobresalir. El self-made man no existe
más, y puesto que es impensable hablar de self-made corporation, la
expectativa social se halla a la deriva. ¿Cuál es la esperanza? ¿Volver
a la disputa por la calle, el barrio? Tampoco, la fragmentación ha sido
tan despiadada y descontrolada que ni siquiera esas unidades mínimas de
identidad se mantienen estables. ¿La familia-casa? ¿Dónde y cómo? Si la
televisión entró como reina por la puerta principal, Internet entró como
golpista por la hendidura del espacio cibernético. En días pasados, casi
cada casa del planeta fue invadida por las tropas británicas y
norteamericanas que ocuparon Irak.

El Estado-nación que se arroga ahora el título de la mano divina de Dios
 (Estados Unidos de América), existe sólo en la televisión, en la radio,
en algunos periódicos y revistas..., y en los cines. En la fábrica de
sueños de los grandes consorcios mediáticos, los presidentes son
inteligentes y simpáticos, la justicia siempre triunfa; la comunidad
derrota al tirano, la rebeldía es respuesta pronta y efectiva frente a
la arbitrariedad, y el "y vivieron muy felices" sigue siendo el final
prometido a la sociedad nacional. Pero en la realidad, las cosas son
todo lo contrario.

¿Dónde están los héroes de la invasión a Afganistán? ¿Dónde los de la
ocupación de Irak? Quiero decir, el 11 de septiembre de 2001 tuvo sus
héroes, los bomberos y habitantes de la ciudad de Nueva York trabajando
por rescatar a las víctimas del delirio mesiánico. Pero estos héroes
reales no le sirven al poder, por eso fueron rápidamente olvidados. Para
el poder el "héroe" es el que conquista (es decir, destruye), no el que
salva (es decir, construye). La imagen del bombero cubierto de ceniza,
trabajando entre los escombros de las torres gemelas en Nueva York, fue
sustituida por la del tanque de guerra jalando la estatua de Hussein en
Bagdad.

La polis moderna (uso el término "polis" en lugar del de "ciudad" para
remarcar que me refiero a un espacio urbano de relaciones económicas,
ideológicas, culturales, religiosas y políticas) sólo tiene de la
clásica (Platón) la imagen superficial y frívola de las ovejas (el
pueblo) y el pastor (el gobernante).

Pero la modernidad trastocó por completo la imagen platónica. Ahora se
trata de un complejo industrial: algunas ovejas se trasquilan y otras se
sacrifican para obtener alimento, las "enfermas" son aisladas,
eliminadas y "quemadas" para que no contaminen al resto.

El neoliberalismo se presentó como la administración eficaz de esa
mezcla de matadero-corral que es la polis, pero señalando que la
eficacia sólo era posible rompiendo las fronteras de la polis y
extendiéndolas (es decir, invadiendo) a todo el planeta: la Hiperpolis.

Pero resulta que el "administrador" (el gobernante-pastor) ha
enloquecido y ha decidido sacrificar a todas las ovejas, aunque el dueño
no pueda comer todas... y aunque no queden ovejas para trasquilar ni
para sacrificar mañana. El viejo político, el de antaño (y no me refiero
al de "antes de Cristo", sino al de finales del siglo XX), se
especializaba en mantener las condiciones para el crecimiento del rebaño
y que hubiera ovejas para una y otra cosa, y, además, que las ovejas no
se rebelaran.

El neopolítico no es ya más un pastor "culto", es un lobo bobalicón e
ignorante (que ni siquiera se esconde tras una piel de oveja) que se
conforma con comerse la parte del rebaño que le cedan, pero ha
abandonado sus tareas fundamentales. El rebaño no tardará en
desaparecer... o en rebelarse.

¿Se podría pensar que de lo que se trata no es de "humanizar" el
corral-fábrica-matadero de la polis moderna, sino de destruir esa
lógica, arrancarse la piel de oveja y, sin ovejas, descubrir que el
"pastor-carnicero-trasquilador" no sólo es inútil, sino que estorba?

La lógica de los estados nacionales era (a grandes rasgos): una
polis-ciudad aglutina un territorio (y no al revés), una provincia
aglutina una serie de polis, una nación aglutina una serie de
provincias. Ergo, la polis-ciudad era la célula básica de la nac
ión-Estado y la polis-capital imponía su lógica al resto de las polis.

Había entonces una especie de causa común, uno o varios elementos que
aglutinaban a esa polis dentro de sí misma, así como había elementos que
aglutinaban al Estado-nación (territorio, lengua, moneda, sistema
jurídico-político, cultura, historia, etcétera). Estos elementos han
sido erosionados y dinamitados (muchas veces no en sentido figurado) por
la globalización.

Pero, ¿qué con la polis en el desgaste actual (casi hasta la
desaparición) del Estado nacional? Y, ¿qué fue primero?, ¿la polis o el
Estado nacional?, ¿el desgaste de la una o del otro? No importa, cuando
menos no para lo que ahora digo. Si la fragmentación (y, por ende, la
tendencial desaparición) del Estado nacional se debe a la fragmentación
de la polis o viceversa, no es el tema del que hablo.

Como en el Estado nacional, en la polis se ha extraviado lo que la
aglutinaba. Cada polis no es más que una fragmentación desordenada y
caótica, una superposición de polis que no sólo son diferentes entre sí,
sino, no pocas veces, contrarias.

El poder del dinero exige un espacio especial que no sólo le sea espejo
de su grandeza y bienestar, sino que, además, lo proteja de las "otras"
polis (las de los "otros") que están a su alrededor y la "amenazan".
Estas "otras" polis no son semejantes a las comunidades bárbaras de
antaño. La polis del dinero trata de incorporarlas a su lógica y
necesita de ellas, pero, al mismo tiempo, les teme.

Donde antes había un Estado nacional (o disputando aún el espacio con
él) hay ahora una desordenada acumulación de polis. Las polis del dinero
que hay en el mundo son las "casas" de la "sociedad del poder". Sin
embargo, donde antes había un sistema jurídico e institucional que
regulaba la vida interna de los estados nacionales y la relación entre
ellos (estructura jurídica internacional), ahora no hay nada.

El sistema jurídico internacional es obsoleto, y su lugar está siendo
ocupado por el sistema "jurídico" espontáneo del capital: la competencia
brutal y despiadada con cualquier medio, entre ellos, la guerra.

¿Qué son los programas de seguridad pública de las ciudades sino la
protección de los que tienen todo frente a los que nada tienen? Mutatis
mutandi, los programas de seguridad nacional ya no son nacionales frente
a otras naciones, sino contra todo y en todas partes. La imagen de la
ciudad rodeada (y amenazada) por cinturones de miseria y la imagen de la
nación hostigada por otros países, se han empezado a transformar. La
pobreza y la inconformidad (esas "otras" que no tienen el buen gusto de
desaparecer) ya no están en la periferia, sino que se puede ver casi en
cualquier parte de las urbes... y de los países.

Lo que señalo es que el "reordenamiento", que se practica en los
gobiernos de las polis, de esos fragmentos, como ensayo o
"entrenamiento" para el reordenamiento nacional, es inútil. Porque de lo
que se trata, más que de reordenar, es de aislar los fragmentos
"nocivos" y atenuar el impacto que puedan tener sus reclamos, luchas y
resistencias en la polis del dinero.

Quien gobierna la ciudad, sólo administra el proceso de fragmentación de
la polis, en espera de pasar a administrar el proceso de fragmentación
nacional.

La privatización del espacio en las ciudades no es más que el temor
violando sus propias disposiciones. La polis se ha convertido en un
espacio anárquico de islas. La "convivencia" entre los pocos es posible
por el temor común que tienen al "otro". ¡Vivan las calles privadas!
Seguirán las colonias privadas, las ciudades, las provincias, las
naciones, el mundo... todo privatizado, es decir, aislado y protegido
del "otro". Pero el vecino pudiente no tardará también en ser un "otro".
 

Lo que no hizo la guerra nuclear, pueden hacerlo las corporaciones.
Destruir todo, incluso lo que les da riqueza.

Un mundo donde no quepa ningún mundo, ni siquiera el propio. Este es el
proyecto de la Hiperpolis que ya se levanta sobre los escombros del
Estado-nación.

III. La política

¿Ya no hay causas nacionales que aglutinen a las polis, a las naciones,
a las sociedades? ¿O ya no hay políticos capaces de enarbolar esas
causas? El descrédito de la política es algo más que eso: tiene algo de
odio y rencor. El ciudadano común está pasando, tendencialmente, de la
indiferencia frente a las tropelías de la clase política, a un repudio
que adquiere formas cada vez más "expresivas". El "rebaño" se resiste a
la nueva lógica.

El político de antaño definía la tarea común. El moderno lo intenta y
fracasa. ¿Por qué? Tal vez porque él mismo ha labrado su desprestigio o,
más bien, más que prostituir una causa, ha prostituido un quehacer.

Carente de una realidad como referente, la clase política moderna se
fabrica de un holograma no del tamaño de sus aspiraciones, sino del
tamaño de su calendario actual: quien gobierna un poblado no ha
renunciado a gobernar una ciudad, una provincia, una nación, el mundo
entero, es sólo que su hoy le determina un poblado... y hay que esperar
a las próximas elecciones para el siguiente paso.

Si el Estado nacional antes tenía la capacidad de "ver más allá" y
proyectar las condiciones necesarias para que el capital se reprodujera
in crescendo y para ayudarlo a sortear sus crisis periódicas, la
destrucción de sus bases fundamentales le impide cumplir con esa tarea.

El "barco" social se halla a la deriva y el problema no es sólo la falta
de un capitán capaz, resulta que se han robado el timón y no aparece por
ningún lado.

Si el dinero fue la dinamita, los "operarios" de la demolición fueron
los políticos. Al destruir las bases del Estado nacional, la clase
política tradicional también destruyó su coartada: los todopoderosos
atletas de la política ahora se miran sorprendidos e incrédulos... un
comerciante ñoño, sin noción alguna de las artes del Estado, ni siquiera
los ha derrotado, simplemente los suplantó.

Esa clase política tradicional es incapaz de reconstruir las bases del
Estado nacional. Como ave de rapiña se conforma con alimentarse de los
despojos de los países, y se ceba en el lodo y la sangre sobre las que
se construye el imperio del dinero. Mientras engorda, el Señor del
Dinero espera en la mesa...

La libertad de mercado ha sufrido una metamorfosis terrible: ahora eres
libre de elegir a qué centro comercial ir, pero la tienda es la misma y
la marca del producto también. La falaz libertad originaria en la
tiranía de la mercancía, "libre oferta y libre demanda", se ha hecho
añicos.

Las bases de la "democracia occidental" han sido dinamitadas. Sobre sus
escombros se realizan campañas y elecciones. La pirotecnia electoral
brilla muy alto, tanto que no alcanza siquiera a iluminar un poco las
ruinas que cubren el quehacer político.

De igual forma, la columna vertebral del quehacer gubernamental, la
razón de Estado, no sirve más, ahora es la razón de mercado la que
dirige la política. ¿Para qué emplear políticos si los mercadólogos
entienden mejor la nueva lógica del poder?

El político, es decir, el profesional del Estado, ha sido suplantado por
el gerente. Así la visión de Estado se trastoca en visión de
mercadotecnia (el gerente no es más que un capataz de antaño, que "cree"
firmemente que el éxito de la empresa es su propio éxito) y el horizonte
se achica, no sólo en distancia, también en su dimensión.

Los diputados y senadores ya no hacen leyes, esa labor la cumplen los
lobbys de asesores y consultores.

Huérfanos y viudos, los políticos tradicionales y sus intelectuales se
mesan los cabellos (los que tengan aún) y ensayan una y otra vez nuevas
coartadas para ofrecerlas en el mercado de ideas: es inútil, ahí sobran
vendedores y no hay ningún comprador.

Acudir a la clase política tradicional como "aliada" en la lucha de
resistencia es un buen ejercicio... de nostalgia. Acudir a los
neopolíticos es un síntoma de esquizofrenia. Allá arriba no hay nada que
hacer, como no sea jugar a que tal vez se puede hacer algo.

Hay quien se dedica a imaginar que el timón existe y disputar su
posesión. Hay quien busca el timón, seguro de que quedó en alguna parte.
Y hay quien hace de una isla no un refugio para la autosatisfacción,
sino una barca para encontrarse con otra isla y con otra y con otra...

IV. La guerra

En el estrés posmoderno de la sociedad del poder, la guerra es el diván.
La catarsis de muerte y destrucción alivia, pero no cura. Las crisis
actuales son peores que las del pasado, y, por ende, la solución radical
que el poder da para ellas, la guerra, es peor que las de antaño.

Ahora, el fraude más grande de la historia de la humanidad, la
globalización, ni siquiera tiene la delicadeza de tratar de
justificarse. Miles de años después del surgimiento de la palabra, y con
ella, de la razón argumentada, la fuerza vuelve a ocupar el lugar
decisivo y decisorio.

En la historia de la consolidación del poder, la convivencia humana se
convirtió en coexistencia. Y ésta en guerra. El par dominante-dominado
define ahora a la comunidad mundial y pretende ser el nuevo criterio de
"humanidad", incluso para los fragmentos más dispersos de la sociedad
global.

El vacío dejado por los hombres de Estado es llenado, en el holograma
del Estado nacional, por los gerentes y arribistas; pero en el orden
aparente del capital, los militares de empresas (una nueva generación
que no sólo lee y aplica a Tzun Tzu, sino que tiene los medios
materiales para realizar sus movimientos y maniobras) incorporan la
guerra militar (para diferenciarla de las guerras económicas,
ideológicas, sicológicas, diplomáticas, etcétera) como un elemento más
de su estrategia de mercado.

La lógica del mercado (más ganancias siempre y a toda costa) se impone a
la vieja lógica de guerra (destruir la capacidad de combate del
oponente). La legislación internacional estorba entonces y, o debe ser
ignorada, o debe ser destruida. Se acabó el tiempo de las
justificaciones plausibles, ahora ni siquiera se hace mucho énfasis en
las justificaciones "morales" e incluso "políticas" de la guerra. Los
organismos internacionales son monumentos inútiles y onerosos.

Para la sociedad del poder, el ser humano puede ser cliente o
delincuente. Para adocenar al primero y eliminar al segundo, el político
da rostro legal a la violencia ilegítima del poder. La guerra ya no
necesita de leyes que la "justifiquen" o "avalen", basta con políticos
que la declaren y firmen las órdenes.

Si el gobierno de Estados Unidos se ha abrogado el papel de "Policía" de
la Hiperpolis, habría que preguntarse qué orden quiere mantener, qué
propiedad debe defender, qué delincuentes debe encarcelar y qué ley le
da coherencia y orden a su actuar. Es decir, quiénes son los "otros"
frente a los que debe proteger a la sociedad del poder.

No hay peor general para conducir una guerra que un militar, por eso,
antaño, los grandes generales, los ganadores de las guerras (no los que
peleaban las batallas), eran políticos, hombres de Estado. Pero si ya no
hay más de éstos, entonces, ¿quién está dirigiendo la actual batalla de
conquista mundial? Dudo que alguien, en su sano juicio, pueda sostener
que Bush o Rumsfeld dirigieron la guerra en Irak.

Así que o son militares los que dirigen o no son militares. Si lo son,
el resultado empezará a verse dentro de poco. El militar no se da por
satisfecho hasta que destruye totalmente a su oponente. Totalmente, es
decir, no derrotarlo, sino desaparecerlo, acabarlo, aniquilarlo. Así la
solución a la crisis sólo es el preludio de una crisis mayor, de un
horror que es imposible describir con palabras.

Si no son militares, entonces, ¿quién dirige? Las corporaciones, pudiera
responderse. Pero éstas tienen lógicas que se sobreponen a las de los
individuos y los conducen. Como un ente con vida e inteligencia propia,
la corporación alecciona a sus miembros para ir en tal dirección. ¿Cuál?
La de la ganancia. En esta lógica, el dinero se dirige adonde obtiene
más condiciones de ganancia rápida, creciente y continua. ¿Se dirigirá
entonces adonde menos hay o adonde más hay? Sí, la corporación irá,
tendencialmente, en contra de otra corporación.

¿Resolverá el resultado de la guerra en Irak la crisis que enfrentan las
grandes corporaciones? No, o cuando menos no en lo inmediato. El efecto
distractor de un conflicto para las expectativas del
Estado-nacional-con-aspiraciones-a-ser-supranacional, tiene la duración
de un espot televisivo.

"Ya ganamos en Irak", dirán los ciudadanos de Estados Unidos, "¿y ahora?
¿Otra guerra? ¿Dónde? ¿Es esto el nuevo orden mundial? ¿Una guerra en
todas partes y a todas horas, sólo interrumpida por los anuncios
comerciales?"

V. La cultura

Postrada en el diván de la guerra, la sociedad del poder baraja sus
complejos y fantasmas. Unos y otros tienen muchos nombres y muchos
rostros, pero un común denominador: "el otro". Ese "otro", que, hasta
antes de la globalización, estaba lejos en tiempo y espacio, pero que la
construcción desordenada de la Hiperpolis lo ha traído al backyard, al
patio trasero de la sociedad del poder.

La cultura del "otro" se vuelve el espejo odiado. Pero no porque refleje
al poder en su crueldad inhumana, sino porque cuenta la historia del
"otro". El diferente que no sólo no depende del "yo" del poder, sino que
también tiene su propia historia y esplendor sin siquiera haberse dado
cuenta de la existencia del "yo" o haber supuesto su futura aparición.

En la sociedad del poder, el fracaso del hombre en la convivencia, su
ser en el ser colectivo, se oculta detrás del éxito individual. Pero
este último, oculta a su vez que ese éxito es posible por la destrucción
del otro, del ser colectivo. Durante décadas, en el imaginario del
poder, el colectivo ocupó el lugar del mal, arbitrario, iracundo, cruel,
implacable. El "otro" es el rostro del rebelde Luzbel en la nueva Biblia
 del poder (que no predica la redención, sino la sumisión) y es
necesario expulsarlo de nuevo del paraíso. En el papel de la espada
flamígera, las smart bombs.

El rostro del "otro" es su cultura, ahí está su diferencia. Lengua,
creencias, valores, tradiciones, historias, se hacen cuerpo colectivo en
una nación y le permiten diferenciarse de otras y, con base en esa
diferencia, relacionarse con otras. Una nación sin cultura es una
entidad sin rostro, es decir, sin ojos, sin oídos, sin nariz, sin
boca... y sin cerebro.

Destruir la cultura del "otro" es la forma más contundente de
eliminarlo. El saqueo de las riquezas culturales en Irak no fue producto
de la desatención o desinterés de las tropas de ocupación. Fue una
acción militar más en el plan de guerra.

En las grandes guerras, los grandes tiranos y genocidas dedican
esfuerzos especiales a la destrucción cultural. La semejanza entre la
fobia a la cultura de Hitler y la de Bush no se debe a que manifiesten
síntomas comunes de locura. La semejanza está en los proyectos de
mundialización que animaron a uno y dirigen al otro.

La cultura es de las pocas cosas que mantienen aún respirando al Estado
nacional. La eliminación de la cultura será el tiro de gracia. Al
funeral nadie asistirá y no por falta de conocimiento, sino de rating.

VI. Manifiestos y manifestaciones

El acto guerrero fundacional del nuevo siglo no es el desmoronamiento de
las Torres Gemelas, pero tampoco la caída sin gracia ni espectáculo de
la estatua de Hussein. El siglo XXI arranca con el "NO A LA GUERRA"
globalizado que devolvió a la humanidad su esencia y la aglutinó en una
causa. Como nunca antes en la historia de la humanidad, el planeta fue
sacudido por este "NO".

Desde intelectuales de todas las tallas, hasta habitantes iletrados de
rincones ignorados de la tierra, el "NO" se convirtió en puente que unió
comunidades, pueblos, villas, ciudades, provincias, países, continentes.
En manifiestos y manifestaciones, el "NO" buscó la reivindicación de la
razón frente a la fuerza.

Aunque ese "NO" se apagó en parte con la ocupación de Bagdad, hay más de
esperanza que de impotencia en su eco. Sin embargo, algunos se han
desplazado en el terreno teórico y han cambiado la pregunta "¿Qué hacer
para detener la guerra?", por esta otra: "¿Dónde será la próxima
invasión?"

Hay quien sostiene, ingenuo, que la declaración del gobierno de Estados
Unidos de que no hará nada contra Cuba, demuestra que no hay que temer
una acción militar norteamericana en contra de la isla caribeña. Los
deseos del gobierno norteamericano de invadir y ocupar Cuba son reales,
pero son algo más que deseos. Son ya planes con rutas, tiempos,
contingentes, etapas, objetivos parciales y sucesivos. Cuba no es sólo
un territorio a conquistar, es, sobre todo, una afrenta. Una abolladura
intolerable en el lujoso automóvil de la modernidad neoliberal. Y los
marines son los hojalateros. Si esos planes se concretan, ya se verá,
como ahora en Irak, que el objetivo no era derrocar al señor Castro Ruz,
ni siquiera imponer un cambio de régimen político. La invasión y
ocupación de Cuba (o de cualquier otro punto de la geografía mundial) no
requiere de los intelectuales "sorprendidos" de las acciones de un
Estado nacional (acaso el último que se mantiene como tal en América
Latina) para control interno.

Si el gobierno norteamericano no se conmovió siquiera por el tibio
rechazo de la ONU y de los gobiernos del primer mundo, ni se inmutó con
la condena explícita de millones de seres en todo el planeta, no lo
animarán ni detendrán las palabras de rechazo o aliento de los
intelectuales (hablando de Cuba, en fechas recientes se conoció la
"heroica" acción de soldados israelíes: ejecutaron a un palestino con un
tiro en la nuca. El palestino tenía 17 meses de edad. ¿Hubo alguna
declaración, algún manifiesto con firmas indignadas? ¿Horror selectivo?
¿Cansancio del corazón? ¿O el "condenamos en cualquier parte y de quien
sea" incluye ya y para siempre todas y cada una de las dosis de terror
que desde arriba indigestan a los de abajo? ¿Basta decir una vez "no"?).
 

Tampoco lo detendrán las movilizaciones de protesta, por muy masivas y
continuas que sean, aun dentro de la Unión Americana.

Quiero decir: NO SOLO.

Un elemento fundamental es la capacidad de resistencia del agredido, la
inteligencia para combinar formas de resistir, y, algo que puede sonar
"subjetivo", la decisión de los seres humanos agredidos. El territorio a
conquistar (llámese Siria, Cuba, Irán, montañas del sureste mexicano)
tendría así que convertirse en un territorio en resistencia. Y no me
refiero a la cantidad de trincheras, armas, trampas cazabobos y sistemas
de seguridad (que son, sin embargo, también necesarias), sino a la
disposición (la "moral", dirán algunos) de esos seres humanos para
resistir.

VII. La resistencia

Las crisis preceden a la toma de conciencia de su existencia, pero la
reflexión sobre los resultados o salidas de esas crisis se convierten en
acciones políticas. El rechazo a la clase política no es un rechazo al
hacer política, sino a una forma de hacerla.

El hecho de que, en el muy limitado horizonte del calendario del poder,
no aparezca definida una nueva forma de hacer política no significa que
ésta no esté ya andando en pocos o en muchos de los fragmentos de las
sociedades en todo el mundo.

Todas las resistencias, en la historia de la humanidad, han parecido
inútiles no sólo la víspera, sino también ya avanzada la noche de la
agresión, pero el tiempo corre, paradójicamente, a su favor si es
concebida para ello.

Podrán caer muchas estatuas, pero si la decisión de generaciones se
mantiene y alimenta, el triunfo de la resistencia es posible. No tendrá
fecha precisa ni habrá desfiles fastuosos, pero el desgaste previsible
de un aparato que convierte su propia maquinaria en su proyecto de nuevo
orden, terminará por ser total.

No estoy predicando la esperanza hueca, sino recordando un poco de
historia mundial y, en cada país, un poco de historia nacional.

Vamos a vencer, no porque sea nuestro destino o porque así esté escrito
en nuestras respectivas biblias rebeldes o revolucionarias, sino porque
estamos trabajando y luchando para eso.

Para ello es necesario un poco de respeto al otro que en otro lado
resiste en su ser otro, un mucho de humildad para recordar que se puede
aprender todavía mucho de ese ser otro, y sabiduría para no copiar sino
producir una teoría y una práctica que no incluyan la soberbia en sus
principios, sino que reconozca sus horizontes y las herramientas que
sirven para esos horizontes.

No se trata de solidificar las estatuas existentes, sino de trabajar por
un mundo donde las estatuas sirvan sólo para que los pájaros se caguen
en ellas.

Un mundo donde quepan muchas resistencias. No una internacional de la
resistencia, sino una bandera policroma, una melodía con muchas tonadas.
Si aparece disonante es sólo porque el calendario de abajo está todavía
por armar la partitura donde cada nota encontrará su lugar, su volumen
y, sobre todo, su liga con las otras notas.

La historia está lejos de terminar. En el futuro, las convivencias serán
posibles, no por las guerras que pretendieron dominar al otro, sino por
los "no" que dieron a los seres humanos, como antes en la prehistoria,
una causa común y, con ella, una esperanza: la de la supervivencia...
por la humanidad, contra el neoliberalismo.

Desde las montañas del Sureste Mexicano,

Subcomandante Insurgente Marcos

Este texto se reproduce con autorización de la revista política mexicana
Rebeldía, que lo publicó en su número correspondiente a mayo de 2003 
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